HISTORIAS JAMÁS CONTADAS DE LA MORGUE


Miguel Urquiza, un hombre de 48 años vigilante de la morgue del hospital Loayza por más de 15 años, con un rostro amable, pero gastado por los años,  sirve a las personas que van en busca de sus familiares. Nos cuenta que aparte de laborar, haya cada historia de diferentes personas que cruzan la puerta con lágrimas en los ojos y desesperación. El nos narra la historia de Agustina de 36 años que lo marcó de manera personal cuando ,llorando desconsoladamente:

“Ella gritaba entre lagrimas porque su niño Emilio de 5 años, había fallecido de manera trágica por el  peso de un televisor ancho y grande de los años 90, contaba que solo lo dejo 5 minutos a su hijo viendo televisión y  mientras iba a la cocina, escuchó un estruendoso ruido y gritos del menor que poco a poco se iban extinguiendo, cuando llego su niño estaba muerto”.

Miguel sintió mucha empatía, debido a que su hijo tiene la misma edad,  jamás podría imaginarse que le pasará lo mismo a su pequeño (Siempre las madres protegen a sus hijos y son su prioridad). Sin embargo Agustina al no cumplir con este rol, se lleno de culpabilidad.

La morgue del hospital arzobispo  Loayza en los más de 400 años de servicio llevan contando  muchas historias y muchos casos de vidas, algunas de ellas siendo salvadas y otras lamentablemente perdiendo la vida,  en la actualidad el Señor Guido es el encargado de velar a los fallecidos, teniendo como principal labor el cuidado y la entrega de los no vivos, nos cuenta que en sus años de experiencia ha aprendido a interiorizar y a tratar con las personas. Guido sabe que su función no es nada fácil y está rodeado de personas con mucho dolor espiritual, recuerda con toda claridad el caso de Jaime,  un señor de 75 años, quien entro a la morgue desconsolado en busca  de su esposa, a quien encuentra desnuda en una camilla de metal cubierta por sábanas sucias, el anciano al ver esta escena inevitablemente entra en un dolor y resignado pide a Dios reunirlo pronto con su esposa.

Guido nos cuenta que como estas son centenares de casos que pasan a diario y que con el paso del tiempo aprendido asumir la muerte como un final para una nueva vida.


Sé tuvo la suerte o tal vez para otras malas experiencias, presenciar en carne propia el dolor de la pérdida. Mientras nos encontrábamos ahí, dos personas (padre y madre) , preguntaban por el cadáver de su hijo, decidimos no interrumpir y dejar hacer a guido su función, él los guió y les mostro el cuerpo, a lo que nosotros alejados pero siempre atento a los detalles observábamos como la madre lloraba y el padre un poco más sereno y tranquilo,  tal vez por la resignación de que su hijo se encuentra en un lugar mejor, abrazaba y consolaba a su esposa con besos en la frente, al poco tiempo vimos ingresar a dos jóvenes que en manos cargaban un ataúd de color blanco( representación de pureza) tal vez escogido por la familia , de inmediato colocaron el ataúd cerca de la camilla y con un notable esfuerzo cargaron al cadáver hasta colocarlo dentro del ataúd a lo que la madre en llanto dijo –Cuidado, cuidado con mi hijo- uno de los jóvenes respondió:Que no se preocupara que todo estaría bien, en ese momento notamos el inconfundible dejo venezolano…. cerraron el ataúd y con mucho mas esfuerzo cargaron el féretro hasta llevarlo a un coche para poderlo trasladar, el mismo joven venezolano se nos acerco y pregunto si éramos familiares del difunto, a lo que respondimos que no, y que veníamos hacer un trabajo de campo de la universidad, él joven venezolano ,  no pudo esconder su entusiasmo y dijo que estaba –a la orden para cualquier duda que tengan- decidimos salir de la morgue y de manera disimulada seguir a la familia hasta la funeraria, que se encontraba frente al mortuorio en la av. Zorritos, la funeraria que por nombre llevaba “Jesús es mi Pastor” acogió al difunto, desde una distancia moderada observamos como destapaban el cajón y de manera casi quirúrgica inyectaban un líquido al cadáver –más tarde pasaríamos a saber que era formol- el mismo joven venezolano era el que realizaba esta práctica, tan tranquilo, sereno como si llevara toda su vida en este trabajo . Después de 30 minutos volvieron a cerrar el ataúd y lo trasladaron hasta un carro fúnebre donde su siguiente parada seria el velatorio, los padres sé subieron al vehículo agradeciendo a la funeraria, y de manera más calmado acompañaron a su hijo. 

Felbert es el nombre del amable venezolano que trabaja en la funeraria, se nos acercó y nos pregunto –en que puedo servirles- Nos cuenta que lleva en Perú  un mes y que nunca en su vida pensó trabajar con muertos, pero sé siente muy contento en el lugar donde se encuentra, agradece bastante a Dios por la oportunidad de poder haber encontrado –unos jefes maravillosos- Felbert nos cuenta que en este corto período de tiempo a tenido que saber sobrellevar grandes caos , mucho de ellos quitándole hasta el apetito, como la última vez que tuvo que preparar un cadáver que llegaba desde Quito y quizás por el inminente calor, el fallecido sé encontraba en total descomposición : -No, podía ni tocarlo porque al mínimo contacto la piel se desprendía como si de un caucho se tratase y el olor era insoportable- Nos confiesa que antes de llegar a Perú,  uno de sus más grandes temores era la muerte, a la cual hoy ve de frente todos los días, nos termina diciendo que la muerte es indiferente,  ya que ha aprendido que tanto ricos como pobres son enterrados igual. En la  noche decidimos retirarnos, sin antes evitar observar que nuevamente una familia tocaba la puerta de la morgue, la cual probablemente será recibida por el Señor Miguel Urquiza, quien dará el pase para ingresar al mortuorio, toparse con Guido y entregar a la familia al fallecido, quien lo más seguro termine siendo tratado por Felbert (venezolano) una vez mas una historia  de vida se sume al ciclo de la muerte.





By: Saadit , Fabiola, Yanela  , Gianella y Luis



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